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Las cooperativas chilenas generan un impacto económico y social significativo en territorios donde las grandes empresas no llegan. Con foco en la sostenibilidad y la innovación, el cooperativismo ofrece un modelo resiliente y colaborativo para el país.
El cooperativismo en Chile se posiciona como un motor fundamental para el desarrollo regional y social. La Asociación Nacional de Cooperativas impulsa políticas públicas y programas educativos que fortalecen este modelo inclusivo y sostenible.
En los rincones más alejados de Chile, donde las grandes empresas no siempre llegan, donde las distancias geográficas se suman a las brechas económicas y sociales, las cooperativas están marcando la diferencia. Desde la región de Los Lagos hasta el norte del país, este modelo de organización basado en la colaboración, la equidad y el arraigo territorial ha demostrado ser una herramienta poderosa para impulsar el desarrollo económico local y fortalecer el tejido social.
Hablamos con Jimena Muñoz, directora ejecutiva de la Asociación Nacional de Cooperativas de Chile, quien entregó una mirada integral sobre el presente, los desafíos y las oportunidades de este modelo.
“La Asociación Nacional de Cooperativas de Chile es una confederación que representa a federaciones de cooperativas de todo el país, de carácter multisectorial. Nuestro propósito es promover políticas públicas que impulsen el desarrollo sostenible del cooperativismo y visibilizar su impacto tanto productivo como social”, explica Muñoz. Como entidad de tercer grado en la estructura cooperativa, esta organización cumple un rol clave en la articulación entre el mundo cooperativo y los poderes del Estado.
Uno de los hitos más relevantes en los últimos años ha sido la creación del Comité Corfo para el Fomento de la Economía Asociativa, conocido hoy como INAC, cuyo presidente es también el presidente de la Asociación Nacional de Cooperativas. “Hemos tenido una fuerte incidencia en el una constante colaboración con el poder ejecutivo y legislativo. Hoy existen bancadas parlamentarias por las cooperativas y articulación con ministerios como Agricultura, que está impulsando una estrategia para el fortalecimiento de cooperativas agroalimentarias y rurales”, señala Jimena.
Este trabajo también se ha plasmado en avances concretos como la Ley de Resiliencia Financiera, que permite a ciertas cooperativas de ahorro y crédito acceder a líneas de liquidez del Banco Central. Sin embargo, aún persisten limitaciones estructurales. “Hoy las cooperativas están excluidas legalmente de sectores estratégicos como seguros, ISAPRE, bancos o concesiones sanitarias. Esas restricciones no existen en otros países y limitan el potencial de crecimiento del modelo cooperativo en Chile”, advierte.
Más allá de las leyes, el gran valor de las cooperativas está en su profundo arraigo territorial. El 70% de las cooperativas y cooperados del país están en regiones. Esta descentralización se traduce en impacto económico concreto: los excedentes que generan las cooperativas se reinvierten en sus territorios, fortaleciendo a sus socios, mejorando infraestructura productiva y generando empleo local. “A diferencia de las empresas tradicionales, donde las utilidades donde sus recursos muchas veces terminan en casas matrices en Santiago, en las cooperativas los remanentes recursos se quedan en las comunidades. Ese efecto multiplicador es clave para el desarrollo regional”, destaca Muñoz.
Pero para que el modelo cooperativo siga creciendo, es clave superar las barreras culturales y de conocimiento. “Muchos jóvenes no saben qué es una cooperativa. Lo asocian a algo antiguo o desconocido. Por eso hemos impulsado programas de educación cooperativa en el CFT de Santo Tomás y diplomados como el de Alta Dirección en la Universidad de Chile. La educación es fundamental para transmitir los principios y valores cooperativos a las nuevas generaciones”, explica.
Y esos valores —como el control democrático, la inclusión, la solidaridad y la participación— son justamente los que hacen sentido a los jóvenes de hoy. “Las nuevas generaciones buscan modelos horizontales, con propósito, con impacto social. Y eso es precisamente lo que ofrecen las cooperativas”, afirma.
En un escenario global marcado por el cambio climático, la desigualdad y la búsqueda de nuevos modelos de desarrollo, las cooperativas aparecen como una respuesta coherente y adaptativa. “Las cooperativas, por su esencia, son sostenibles. El triple impacto —económico, social y ambiental— está en su ADN. Muchas veces ese impacto no se mide porque los indicadores tradicionales no lo capturan, pero está ahí: en la forma de organización, en el arraigo territorial, en la preocupación por el entorno”, plantea Muñoz.
Este compromiso con el entorno no es solo discursivo. Al estar formadas por socios que viven en la misma comunidad donde operan, las cooperativas tienen una relación distinta con su territorio. “No nos es indiferente lo que pasa con nuestros vecinos. No llegamos para explotar un recurso y luego irnos. Nos quedamos, y eso genera un vínculo y una responsabilidad mayor”, reflexiona.
En términos de innovación, el mundo cooperativo también se está transformando. Programas como los impulsados por la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) han permitido incorporar tecnologías y procesos innovadores en cooperativas agroalimentarias, mejorando su competitividad y sostenibilidad. “Las cooperativas están avanzando en digitalización, eficiencia energética, trazabilidad y prácticas sostenibles. No se quedan atrás. Al contrario, muchas veces lideran procesos que empresas tradicionales no se atreven a implementar”, comenta.
Uno de los desafíos históricos para las cooperativas ha sido el acceso al financiamiento. Si bien se han logrado avances con la Ley de Resiliencia Financiera, muchas cooperativas —especialmente las más pequeñas— aún enfrentan dificultades para acceder a créditos o instrumentos de fomento. “Los sistemas financieros tradicionales están pensados para empresas con fines de lucro, donde el éxito se mide por la rentabilidad inmediata. Las cooperativas, en cambio, distribuyen beneficios a lo largo del tiempo y reinvierten en su comunidad. Eso requiere una mirada distinta del riesgo y de la sostenibilidad financiera”, explica Muñoz.
En este contexto, se hace urgente adaptar la normativa y los instrumentos públicos para que reconozcan la identidad cooperativa. “Tenemos una forma distinta de organizarnos, de tomar decisiones, de crecer. Esa identidad debe ser reconocida y reflejada en las políticas públicas, en los reglamentos, en los criterios de evaluación. No podemos seguir aplicando reglas pensadas para sociedades anónimas a organizaciones cooperativas”, señala con firmeza.
El 2025 ha sido declarado por la ONU como el Año Internacional de las Cooperativas, una oportunidad única para dar visibilidad a este modelo y para que el Estado y la sociedad civil redoblen su compromiso. “Este llamado de la ONU es un impulso, pero también una responsabilidad. Tenemos que mostrar, visibilizar, educar y movilizar en torno a este modelo que ha demostrado ser resiliente, inclusivo y sostenible”, enfatiza.
En regiones como Los Lagos, donde Hablemos de Cooperar ha generado un verdadero ecosistema de conversación y visibilidad, se ha demostrado que las cooperativas no son una alternativa marginal, sino una solución concreta y moderna a los desafíos del desarrollo territorial. La Federación de Cooperativas del Sur, por ejemplo, ha articulado esfuerzos con el mundo académico, ha promovido la formación de nuevas cooperativas y ha levantado demandas legítimas que han encontrado eco a nivel nacional.
En VC Magazine, creemos que cooperar no es solo una forma de hacer negocios es una manera de habitar el territorio, de construir comunidad, de innovar desde lo colectivo. Por eso, celebramos cada historia que nace del esfuerzo conjunto, cada política que reconoce la diversidad de modelos, y cada voz —como la de Jimena Muñoz— que impulsa con convicción un camino diferente.
Las grandes transformaciones no comienzan en los discursos, sino en las acciones. Y cuando esas acciones se hacen de manera cooperativa, el valor no solo se comparte, sino que se multiplica. En tiempos de incertidumbre, el cooperativismo es más que una alternativa: es una oportunidad concreta de construir un Chile más justo, más equitativo y humano.
Porque el futuro no se construye en solitario. Se construye juntos.